Y el pensamiento se alza, se enrula, se yergue como un caballo ante las llamas. El pensamiento bordea, toma el contorno, entra, se pierde, cede y vuelva a remarcar los caminos. El pensamiento debe esperar a que todo se enfríe, y ahí recién lo destroza, lo descompone, lo hace suyo.
Pero volverá lo ígneo, volverá el pensamiento a retroceder.
Nunca, nunca, podrá jugar con fuego.
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