sábado, 27 de marzo de 2010

No puedo negociar la sangre de otros, no es mi negocio y nunca lo será. No puedo negociar ni el hambre ni los hijos de otros. No tengo por hobbie el construir torres en huecos, el despintar flamencos, las caídas de las palomas, el temblor de los árboles, la exposición de escleróticas, el derroche de víceras vivas para su estudio, regar con plaquetas, etc, etc, etc.
El absurdo de que haya una lucha por la paz es el absurdo de que haya negociadores de la guerra. Negociadores que no acuerdan a casi ningún precio, que se llenan las manos de dinero y llenan otras manos, mucho más ampolladas, de armas, y los suelos de cuerpos, y los canales de mentiras, y la vida de muerte.

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