A veces se cuelga un teléfono como se cancela una puerta. El acto se ejecuta con tal tragedia que parece Zeus abandonando un plantea fuera del universo. No se llora, hay una edad que ya no se lloran estás cosas, ni siquiera se buscan explicaciones, uno se entrega al tedio y a la tristeza sin tramites, planea una salida progresiva de la emergencia como buen argentino. Simplemente hay que asegurarse que el péndulo del reloj no se detenga, como quien protege que no se apague un fósforo.
De nada sirve el encierro, mas esos días no tenían fines utilitaristas. Sale, llueve o no, compra cosas y vuelve sin hacer más de tres gestos en todo el recorrido. Su estado tiene la apariencia de la paz tibetana. Lo que al principio fue una marea de pensamientos vino a terminar en un mar revuelto y homogéneo donde apenas se diferencian algunas ideas como olas. Un automatismo del que no se creía capaz comenzó a llenar sus días.
Al pasar por una iglesia tuvo la tentación de entrar, pero respetando la doctrina que sostiene la resistencia a la tentación se puso a mirar desde la gran arcada de la puerta. Había una vieja rezando tan profundamente que se había dormido, un tipo que barría y dos viejas al fondo que hablaban en voz baja haciendo ese ruido de eses y chasquidos. Asomarse a ese mundo frío y húmedo en el cual tanto se habla y tan mal representado está en la tierra, lo curó de misticismo. El amante ya degradándose, corrompiéndose ante la perdida de su amada, amenaza, es el ocaso. Cierto es que en esa iglesia, en ese momento ni se amenazaba, ya se daba por sabido como un etcétera puesto hace tiempo.
La idea del amante corrupto lo había devuelto[1] al automatismo y al camino hacia el mercadito.
Mala suerte, un estúpido estaba criticando al pibe de la caja y pintaba para largo, los estúpidos que creen merecer algo siempre echan a perder el tiempo, su tiempo fue perdido, hay que salvar el nuestro y todavía piensan que merecen algo… Así se veía el mundo.
Pero entonces, un día se levantó a las ocho de la noche, hace dos semanas que no le habla, se decide a llamarla para rezar la combinación que de el encuentro, entonces aparece ahí.
Ahí estaba ella aparecida como en un viejo tango, radiante y abrumadora, desmintiendo a aquel que la amaba. Se contemplaban y uno resopla.
-es un fantasma –dijo alguien.
-ya se
-matala
-no puedo
-es como ella, incluso mejor nunca te va a dejar pero nunca te va a dar nada
-Soy mejor para dar, de todas formas.
-Te volverás un fantasma, matala
-Ya lo soy, ese fantasma de ella soy yo
-Dejate de joder
Cayó.
El sol dentró por la persiana mal cerrada y un rostro se alzó, bobo.
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[1] vomitado
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