Por la puerta grande, con ese aire de cerveza tibia y de drogadicto narcotizado, aparece la miseria vestida de mundo. Dice, y lo dice como la televisión en sus peores fiebres, con esos "yo" de mensaje de texto, de entrevista diaria. Dice mientras calla, dice, dice y dice nada. Un discurso de foto donde todo ya pasó o pasará. El status quo de la esperanza, de la sonrisa de idiota, de la manzana de cera pero manzana.
La última esperanza de algún grado en que el pavimento se derrita, que el drogadicto que vive a dos cuadras se termine de quemar y corten las calles y nunca tenga que volver. Que la gente se mienta y digan buena persona, era. Que los argumentos demoledores contra el paraíso den el golpe y ya.
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