"Mandame un beso" me decís, como si no te los mandara a diario, con fe en que detrás del vacío aún estás. Con la esperanza de que en esta casita del terror, dentro de lo que parece una momia, seguís vos, intacta. No importa si los molinos son los verdaderos monstruos, si es lógico que el colectivo pase a las 8, si el rojo no combina con los zapatos. No, ni siquiera que deshojes cada libro que quiero leer a la vez que yo rayo el disco que tanto querías bailar; no, no cambia nada, si podemos después. ¿Qué importa si tu calzazapatos nos hace sacarnos los ojos, si podemos ponernos los del otro y tener ojos nuevos?
Así, no importa que al empujarte caigas en un charco de barro si salís de este estatuismo salado, si al destrozarnos las manos nos salen otras patas o un par de tentáculos.
Que vos seas yerba y yo agua, vos coca y yo fernet, sin rompernos, sin quebrarnos. Que entremos, de una vez por todas, los dos juntos sin otro.
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