domingo, 11 de agosto de 2013

Sos cabezona meduza, eh

¿Qué querés? ¿Te pensás mejor? ¿Te pensás acaso? Yo sé bien ir por donde vas vos, que me vengas a pelotudear por hablar de amor con tu puta ciencia tu puta neurociencia que te maneja, que decís que estamos presos de ciencias, con tu puta ciencia que te hace prisionero y sin embargo. Puedo citarte a Freire, a Nietzsche, a tu maestra de segundo grado para demostrarte lo cornudo que te hacen tus ideas. Te creés libre por no creer en nada, como si eso no te lo hubiesen enseñado, gil. Creer contra todo, creer como loco, como enfermo, como ante la muerte de un ser cercano a nosotros. Creer más allá de la lógica, de la mística, del alma, del cuerpo, de la rabia, de la paz, del miedo, de la soberbia, de ayer, de la ciencia, de tus traumas, de tu psicólogo, de tu psiquiatra, de tu médico, de tu profesor, de tu maestro, de los jueces y del número que marcás en tus ataques de pánicos, creer más allá de tus pensamientos suicidas, más allá de tu vida, más acá de tus limados dientes, más allá de las pastillas, más acá de tus pesadillas, de tus sueños de amor. Habría que salvarte pero preferís esa estupidez de los zancos. Si no saben amar y no saben bajarse de lo zancos no rompan las pelotas y vayan a joderse a la recalcada mierda.
Déjenme de romper las pelotas con el banquete de Platón, avancen pelotudos. Explicar el amor de manera objetiva, pelotudos.

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